Buenos días a
todos, tras un verano convulso con el que no ha habido tiempo para nada más que
para enfrentarme a nuevos retos profesiones, me he visto en la tesitura de
tener que ir abandonando (de forma involuntaria) este espacio, de haberlo
dejado huérfano pero espero, poco a poco, ir recuperando el ritmo y poder
volver a publicar entradas con más o menos periodicidad y rescatar los
manuscritos que, por un motivo u otro, los apilé en la bandeja de asuntos
pendientes.
Hoy he
decidido arriesgarme e innovar. He querido mezclar una parábola con un
pensamiento económico; pensamiento económico y parábola que llevan dando
vueltas por mi cabeza un tiempo. Lo que lleva tantos días dejándome intranquilo
es el egoísmo, el egoísmo superviviente del ser humano.
Decía Adam
Smith que los beneficios del individuo radican en los egoísmos de otro.
Nosotros tenemos pan no porque sepamos hacer pan, sino porque un señor, en el
sentido más egoísta de la palabra, quiere obtener un beneficio, quiere ganar
dinero y para ganar dinero produce y vende el pan. En caso contrario, de no
querer ganar dinero, no vendería el pan, lo regalaría.
Esto es porque
el panadero no es benevolente, ni tampoco una ONG, cobra por su pan y tú puedes
decidir si comprar su pan o no, si te gusta o no, en definitiva, si lo quieres
o no lo quieres.
Lo mismo
ocurre con el carnicero, el cervecero (siguiendo con los ejemplos de Adam
Smith), en su propio interés y no por su benevolencia podemos comprar carne,
cerveza, etc. Ya que ellos, con su trabajo, buscan su propio interés[1]. Cada
uno es egoísta y potencia su propio talento en consideración de su propio
beneficio.
Y ¿a qué me
recuerda este talento que potencia el carnicero, el panadero, etc? pues me recuerda
a la parábola de los talentos[2]. De
forma resumida, esta parábola dice que un Señor dejó a cada uno de sus siervos
talentos en función de su “capacidad para el desempeño”[3]. Los
dos primeros pusieron sus talentos a trabajar y generaron riqueza, de su esfuerzo
consiguieron más de lo que tenían, cada uno según su capacidad. Aunque uno
ganase cinco talentos y el otro dos, la respuesta de su señor fue la misma:
“Bien, buen siervo y fiel”.
El egoísmo de
los dos siervos les lleva a trabajar lo que les dan para obtener posteriormente
su recompensa: “sobre lo poco has sido fiel, sobre lo mucho te pondré”. Gracias
a su esfuerzo consiguen tener y ser recompensados, como el panadero que se
levanta de madrugada para preparar el pan que vende durante el día.
Por otra parte,
el lector puede pensar que igual que soy egoísta y cobro por lo que hago, puede
haber personas que conviertan su egoísmo en no hacer nada, que no buscan ningún
beneficio, ni de forma moral ni onerosa… nada. Ahora bien, si la sociedad
obtiene del pan, carne, etc del egoísmo del panadero y del carnicero ¿qué
obtiene del egoísmo del que no hace nada? Pues la respuesta es que no obtiene
nada.
Entonces,
tendríamos que valorar porqué el individuo, en su egoísmo de decidir, decide no
hacer nada. Si lo decide de motu proprio
o le viene impuesto. Si lo decide él mismo sin tener ninguna justificación,
pueden, desde mi punto de vista, ocurrir dos cosas: que cada palo aguante su
vela y que el individuo sea excluido de la sociedad (entiéndase esta exclusión
no en un sentido peyorativo, sino en una obligación con la sociedad do ut des (doy y me das) la Sociedad , o el Señor en
la parábola, te dan según lo que aportes, como ejemplo el sistema de
pensiones). O, también puede ocurrir, que la sociedad decida ser benevolente y
el individuo reciba un sustento, bienes económicos, materiales… para vivir.
Por el lado contrario, si le viene impuesto por lo que fuere, la sociedad tiene que ayudarle.
Esto enlaza,
volviendo a la parábola, con ¿qué ocurre con el siervo que no hace crecer su
talento? El perezoso, aquel que no trabaja su talento, acaba perdiendo lo que
tiene y, si el panadero, el carnicero, etc, siguen siendo egoístas y no
benevolentes con él, el que decide no trabajar para obtener un beneficio no
podrá obtener los bienes que éstos producen.
Entiendo la
justicia como la voluntad de dar a cada uno por lo que tributa, pero también
entiendo que un mínimo de oportunidades han de ser dadas a cada uno, ahora, si
las pierdes, es porque quieres y no sabes aprovechar tu talento y al que no
sabe utilizar su talento le debería ocurrir lo mismo que al siervo negligente,
ya que si no tributas por nada, nada deberías recibir (siendo esto de forma
voluntaria). Todos tenemos un talento que nos hace valer en la sociedad en la
que vivimos, el problema, el verdadero problema surge cuando se corrompe ese
talento con ayudas, subvenciones y demás que lo único que hacen es favorecer a
que no se trabaje ese talento.
[1] El interés no tiene porque
ser crematístico, ya que hay muchos intereses como la satisfacción personal que
son de difícil cálculo y, muchas veces,
más valiosos que cualquier interés material.
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